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jueves, 19 de marzo de 2015

Restos de café

Año nuevo, happy new year, y tantas cosas parecieran quedar adheridas a las luces de navidad, revoloteando fugazmente, a través de la ventana. Aún ahora, seguimos pretendiendo medir nuestras vidas, en un conteo interminable y promedial de alegrías y miserias. Como si uno pudiera juntar la felicidad en cajas, echarle una correa al hombro y sacarla a pasear.

Veo mi vida, como en una película. Me veo a mí, sentado en una butaca sucia, casi olvidada de suave terciopelo bordo. Y en ella estoy, mientras mi alrededor pareciera suceder en un tiempo fugaz, efímero e inalcanzable.

Cómo pude dejar que te fueras.
Pasan los años, las fiestas, se va diciembre y no dejo de preguntarme lo mismo. La misma escena haciendo cortocircuito en mi cabeza. Cómo pude permanecer inmóvil, ajeno, si mientras con la mano izquierda apenas alcanzaba las palomitas de maíz, podía ver por la rejilla del ojo, como te retorcías en tu asiento. Me miraste abatida, con tu mirada de derrotas mal jugadas.
Y sí, sé que te decepcioné, pudiste ver a través de semanas, lo decepcionante que puedo ser. Detrás de aquella chispa que te atraía, se escondía lo peor de mí, el resto del azúcar en el café, amontonado, repugnante y mío, totalmente mío.

Y me pregunto una y otra vez, si el que te decepcionó fui yo, o los yos que viste a través de la pantalla, la suma interminable y neurótica de todas mis partes. Y lo que creíste de mí, y todas esas malformaciones de pensamientos que se retorcían gloriosos en tu/mi cabeza, crecían y se ramificaban, en árboles infinitos.

Te fuiste así sin más, con esa arraigada costumbre de nunca mirar atrás, dejando esta estela putrefacta, este vacío de cosas sin decir.

 Qué ironía, pero estoy empezando a creer que el asesino pude haber sido yo, que mi escasa capacidad de adaptación, y mi eterno retorno al pasado pudo haberte dado una mala impresión. O tal vez fueron las medias mojadas, la espera en la plaza esa noche, el plato vacío.
Debo haber sido yo, que en vano me quedé inmóvil, creyéndote perdida, (como tantas otras batallas) y vos, esperando que me levantara, dijera algo heroico o te siguiera. Y yo, que con una mano sostenía las palomitas de maíz, y con la otra, apenas si me quedaban fuerzas para.