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domingo, 20 de mayo de 2012

El viajero atrapado en el tiempo.

Chiche le decían.
Nunca supe cual era el nombre que derivó en esas 6 letras.
El nombre que debía estar en su documento, ese que eligió su madre, su padre, que fue resultado de una larga investigación, o de un simple gusto lindo.
Nunca lo supe.

Chiche vivía enfrente de la casa de la esquina, en realidad, enfrente de una de las caras de la casa de la esquina.
En la casa de la esquina, vive mi abuela.
De todos los recuerdos que se relacionan con esa casa, habita chiche.
Chiche gritando,
Chiche llorando,
o Chiche observando desde su silla, puesta de espaldas a su casa, con los ojos hacia adelante, hacia donde siempre quiso ir, y no pudo.

Cuando era chica le tenía miedo.
De más grande supe que chiche, era un viajero del tiempo, que se había quedado perdido entre los años.
Era grande de unos 50 años, de pelo canoso, flaaaaco y alto.
Pero si lo mirabas con detenimiento, Chiche, era sólo un niño, un niño triste y asustado, al que nunca le habían abierto la puerta para ir a jugar.

Según mi abuela, de joven, se hablaba con el Raúl y la Liliana, y se pasaba algunas tardes con el Raulito y la guitarra, tocando notas de hace algún tiempo.

Un día ví a Chiche barriendo la calle, pidiéndole a las bolsas de plástico que se corran de su camino, enojándose con ellas, al no cumplir. También supe de la vez que salió corriendo, semi-desnudo, tras una muchacha que pasaba por ahí.

Lo más triste fue enterarme de la razón del quedar atrapado en su cápsula temporal.
En algún época, en su juventud, Chiche se había atrevido a amar, a amar de verdad y cuando uno se arriesga a amar, abre la puerta a todo lo que vendrá.
Su madre, no lo aceptó, y cerró para siempre esa puerta, guardando la llave, en alguno de sus bolsillos más oscuros.

No se si Chiche peleó por su amor, o simplemente se dejó caer.
Sí se que desde ese entonces, fue cayendo encerrado en una nave, a través del espacio, un nuevo capitán Beto, atravesando el espacio-tiempo, en un otoño eterno.

Un día, fui de visita  la casa de la esquina, y mientras la Zulema me abría la puerta, él me vió, sentado en su silla de afuera.
Me vió y me gritó.
Mi abuela, no logró entenderlo.
Pero yo sí.
Yo sí le entendí.
Me gritó:
-Liliana!-

Y ahí entendí, realmente entendí.
Chiche había quedado encerrado, en un mundo, en el que yo, ya no era yo, sino que era ella, mi madre.
Era Lilianita, que lo saludaba desde su casa, cuando Chiche era aquel joven, cuando Chiche tocaba la guitarra con Raúl, cuando Chiche podía distinguir los aromas, y los rostros, y podía sentir profundo cariño hacia alguien, sin que nadie se lo impidiese.

Un vació fue creciendo en mí desde ese momento, una nostalgia por alguien a quien no conocía, por alguien a quién el amor le fue arrebatado, y no se atrevió a luchar, una impotencia inmensa, por los actos de su propia progenitora, que lo encerraba, no sólo entre las rejas de la casa, sino que lo encerraba cada vez más en sí mismo.

Ayer, me enteré que Chiche, continuó su viaje, hacia otros mundos.

Y aunque tal vez mi abuela pretenda convencerse, que ya no habrá mas gritos ni líos.

Sé que algo le faltará a esa esquina de esa calle.

Un enriedo de griteríos y bolsas de plástico,
de naves y nostalgias,
de ojos que miran y buscan,
mientras las manos que tocan la guitarra se atrofian, o se olvidan,
mientras lo castaño se vuelve canoso,
y viceversa.

2 comentarios:

  1. Sinceramente, me desvele, me desperte hace una hora y tuve una idea genial, pasar por tu blog y leer mil historias frescas!

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  2. De alguna u otra manera todos somos viajeros atrapados en el tiempo... solo que algunos logramos desplegar las alas y seguir adelante y otros como Chiche, esperamos que alguien las despliegue por nosotros y de tanto esperar el tiempo se hace eterno y perdemos el tren...♥

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