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domingo, 29 de julio de 2012

Calles paralelas

Entré al café de la esquina y lo ví.
Estaba en mi mesa preferida, aquella que los mozos odiaban tanto, porque se encontraba en un ángulo extraño y extremadamente irresistible, al lado del ventanal.
Lucía realmente impecable, con su traje, su barba rojiza entre el límite entre lo "correcto" y lo hermosamente desprolijo, hablando por celular, seguro de cosas de corbatas y escritorios.

Fue extraño.

No se parecía en nada a aquel muchacho que me miraba desde una fotografía poco iluminada con una guitarra en las manos y cara de sorprendido ante la cámara que acababa de capturarlo.
Y al mismo tiempo, se parecía en todo.

Cuando me quise dar cuenta, ya se había ido. Sin pensarlo, abrí la puerta y salí.
La guitarra en mi espalda no ayudaba a mi equilibrio (ya de por sí inestable).
Me sentía fuera de foco.
Pero ahí estaba, siguiendo a un hombre de traje, intentando explicarme a mí misma por qué.

En un instante cruza de calle, y se pierde en el laberinto infinito.


Tal vez en una calle paralela a ésta, estoy yo, y está él, saludándonos.
Una calle en donde el hombre de traje deja de ser un recuerdo en una foto vieja.
Una calle en la cual yo vuelvo a tener 4 años, y voy corriendo a abrazar a aquel personaje de barba rojiza, que sin tener mi sangre le digo tío, y me río, mientras me alza, y me observa con su cara de buen tipo bonachón, y su barba rojiza brillando con el sol.



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