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miércoles, 6 de junio de 2012

no hay muerte si no hay olvido

Cuando a la muerte no se la toca, no se la siente, ni se la huele.
Cuando la muerte no se cuela por nuestras retinas.
Se torna sumamente extraña.

A veces uno puede no encontrarla, aunque la busque entre fotos grises, o en esquinas de encuentro, en saquitos de café y tazas, y bufandas.
Yo creo que no se la encuentra, porque el recuerdo, no nos avisa que alguien ya no está.
Porque la sonrisa en las fotos, los abrazos en las esquinas, las noches de insomnio y café, y tazas, porque las bufandas compartidas, nos recuerdan vida, no muerte, ni olvido.

Porque cuando uno tiene un libro viejo, y lo puede oler, y lo puede tocar y sentir, porque cuando uno se deja enredar por palabras hermosas e intrigantes, no piensa en la muerte.
Porque cada vez que ese libro se abrió (tal vez en otras manos y otras pieles), y cada vez que ese libro se abre se siente vida.
Vida y magia en todas las galaxias, las caminatas a la noche, los tatuajes que de tan reales, viven, en todas las sirenas que llaman, y en todos los que responden desde las profundidades, en cada vez que nos preguntamos si somos felices, en cada vez que nos sentimos agobiados de tanto aparato, en todos árboles que florecen en lugares impensados, en cada hamaca y cada cohete, en cada anciana tratando de engañar a la muerte, en cada libro quemado..

En cada vez que nos damos cuenta, que el recuerdo es vida.
En cada vez que nos desenchufamos de tanta tecnología, y recordamos respirar.
En cada vez que comprendemos que somos una imposibilidad en un universo imposible, y que vale la pena vivir un día más.

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